Vagaba por el desierto tortuoso. Hacía calor y parecía invierno. Las tormentas de arena secaron mi saciedad y el viento mis lágrimas. Cesó el movimiento y la quietud de mi alma hacía eco en la inmensidad de la nada. Nada. Porque no había nada por lo que llorar, nada por qué reir, nada. Nada, nada, nada. Nadé. Seguía seca. Mi boca se agrietaba y pedía a gritos tu humedad. Se me empezó a quemar el pelo. La cara. La carne. La sangre. La calma. Los pies me arrastraban a algún paradero de muerte lenta, entre brasas solitarias.
No me quedaba ni un resquicio de ganas. Me entregué al dios sol: Ra, Helios e Inti; por si las moscas. Me arrodillé, estiré los brazos y caí de bruces sobre la sábana beige. Quedé a merced de los carroñeros que rondaban por encima de mi espalda. A veces me tapaban el sol. A veces.
Perdí toda esperanza. Me quedé dormida sobre las dunas. Y cuando empecé a soñar el paraíso volví a la realidad. Justo cuando había aceptado la muerte, te sentí en mis labios, en mi mejilla. Parpadeé como quien cambia en un segundo de la sombra a la luz. Platón me sacó de la caverna. Quería volver a mi muerte, a mi rincón oscuro. Pero el oasis en medio del desierto me arrancó la ceguera de un tirón.
Vi el agua, un par de dátiles en el suelo y el resto de mi vida en un horizonte distorsionado. Me arrastré al pozo de agua, tiré una moneda, pedí un deseo. Bebí de la copa de tu cáliz. El agua se convirtió en vino. El vino en sangre. La sangre en vida. Mi vida en tus brazos abiertos. El invierno se volvió calor, la sed en saciedad de mis labios. Y finalmente tus manos, hirviendo de Amor desahogado, volvieron a tocar mis mejillas, mataron la nada y la hicieron de todo en un salto. Apostaté de Ra, Helios e Inti. Te adoré hasta el cansancio. Llegó la luna, en su plata, en su manto dulce de asfalto. Cubriste de día mi pecho, de noche el aliento cansado. Me arropaste en tu reino de estrellas. Y me quise quedar dormida a tu lado. Entonces fue ahí mismo donde quise volver a morir, sobre las mismas dunas de rincones de desahucio. Volviste mi infierno en tu Gloria. Gloria en el frío, Gloria en lo cálido. Era la nada; ahora eterna contigo en medio de un tortuoso desierto vagado.
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