sábado, 10 de abril de 2010

La Redención en la teoría del cine

Christopher Vogler, uno de los entendidos en estructura de guión de cine más reconocidos en Hollywood, escribió sobre un personaje característico en la historia del cine: el ángel viajero. Éste es un personaje que durante la historia no cambia, es perfecto tal como es, pero sufre, siente igual que el resto de los personajes.
Uno de los más emblemáticos ángeles viajeros de los últimos tiempos en la gran pantalla ha sido (y sigue siendo y será) Guido Orefice, de La Vida es Bella. Es un hombre que permanece igual de divertido, profundo, sereno e idiota desde el inicio de la película hasta su final. Lo que hace la figura del ángel viajero es que acompaña al resto del elenco durante la historia y cambia el entorno que tiene a su alrededor: tiene la capacidad de mejorar todo lo que le rodea porque tiene esa cualidad de ser perfecto. Una amiga comentaba el otro día que, por ejemplo, el personaje de 'Bella' en La Bella y la Bestia llega a ser mamón de lo buena que es. Precisamente por eso: ella es un ángel viajero que hace cambiar a la Bestia gracias al amor, la más perfecta de las entregas.
Pero existe el ángel guardián por excelencia: Cristo. Vino, perfecto, a redimir el mundo; y aún así quiso padecer las consecuencias del pecado: el dolor, el cansancio, el hambre, la sed ... Si uno lo piensa, en realidad en las películas donde el malo es malo malo malo, uno no se compra la historia, porque todos tenemos matices, somos grises (algunos más tirados para el blanco y otros más tirados para el negro, como dice mi profesor Vincenzo Gratteri), tenemos contradicciones. Lo mismo pasa con un personaje extremadamente bueno: sinceramente, dan ganas de pegarle una bofetada de lo bueno que es. Eso se denominan estereotipos, la figura de un personaje de una película mediocre y poco trabajada. Para que los conceptos, las ideas tengan fuerza en una estructura dramática, deben materializarse en personas concretas y reales, no idílicas o estereotipadas. Es más, a Cristo lo condenaron a la Cruz porque lo tildaban de farsante y blasfemo por proclamarse el Hijo de Dios. Supongo que es porque lo consideraban solamente un hombre y no creían en su verdadera divinidad, porque vieron como sentía como hombre: lloraba, reía, se cansaba, tenía hambre. Jesús quiso encarnarse para vivir la Pasión, Muerte y Resurreción de tal manera, que la comunión con el hombre fuese completa. Quiso (y quiere) vivir como nosotros para redimirnos como par, no como ser superpoderoso y lejano que apenas aprecia a los hombres.
Dios, si hubiese querido, hubiese podido chasquear los dedos (metafóricamente hablando, por supuesto) y habernos salvado del pecado original. Pero quiso pasar por lo mismo por lo que pasamos nosotros, porque nos ama. Y no sólo eso, sino que además de encarnarse como perfecto hombre, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres como si fuesen suyos; algo totalmente innecesario para un Dios Todopoderoso.
Cristo no fue sólo un Ángel Viajero hace 2000 años. Lo sigue siendo hoy, escondido en la Eucaristía, desde donde acompaña a los hombres y toca y transforma los corazones de las personas por medio de su gracia y cambia radicalmente su entorno.