miércoles, 28 de mayo de 2008

El sentir de la Teología


Está revestido de gloria.
Calmado, sereno, quieto.
Entre cuatro paredes de oro y con un cerrojo que se abre sólo para hacerse presente en los corazones de la gente.
Y es entonces, cuando se expone en su diminuta forma, donde me invade el pecho.
Como cuando, tras días de extravío, un niño vuelve a los brazos de la madre.
Es esa sensación de angustia y desahogo:
inexplicable e ineludible.
Recorre las venas del cuerpo hasta llegar al corazón;
ese corazón que Él tanto anhela.
Y cierro los ojos, y lo veo, y me anula, me eleva, me ensancha, me llena.
Y veo sus ojos, que empapan de lágrimas los míos.
Llama a mi puerta, incesantemente.
Y aunque no le abra vuelve a llamar.
Y cuando le dejo entrar, no queda nada de mí, ni un resquicio, porque Él me ha completado. Me ha contemplado en mi miseria y la llena de gozo.
Es el Amor de Dios, que infunde fe, esperanza y caridad ...
desde un hueco, entre cuatro paredes de oro y que llama incesantemente a mi puerta y abre constantemente el cerrojo de mi corazón.

viernes, 23 de mayo de 2008

Gracias Mono


Porque son más y no menos. Porque aunque tengan menos tiempo, no son menos para tí. Intrínsecamente la persona que son, son más, no menos. Aunque no por menos tiempo que tengan para tí son menos, sino que son más. Y cuanto menos están contigo, más son y más eres. En mi persona, siento dentro, muy dentro de mí, que siendo menos yo soy más en ellos y ellos son más cuando estamos todos; porque somos lo que somos, estamos los que estamos y seremos siempre los mismos. Y aunque no estemos, ni seamos juntos, somos por eso menos ... sin ellos somos más aunque no menos sin ellos, porque cada uno somos lo que somos intrínsecamente en cada uno de la persona que somos, fuimos y seremos.

Conclusión: más o menos, siempre seremos hasta que la palmemos.

Y los muchachos del barrio nos llamaban locas ...

sábado, 17 de mayo de 2008

¿Sabe el amor?

El amor sabe raro.
Sabe a menta por la mañana,
a ropa tendida en la tarde,
a frío en la noche.
Sabe como cuando el sol se pone:
no es frío ni caliente.
El amor sabe a amargo ...
supo dulce en algún momento,
aunque ya no recuerdo.
Sabe a restos de ayer en la nevera.
Me sabe lejos, me sabía cerca.
Sabe a puñal en estocada,
como el hierro inclemente de la nieve.
Sabe a sangre en esa misma nieve,
que se mete por los huecos sordos de mi casa,
penetra las paredes y las mancha,
las tinta de recuerdos.
Sabe a nada.