-¡No me quedan dulces, niño!
En ese niño había un desprecio implícito que el niño no pudo llegar a detectar. Fue a pedir caramelos y le dieron un rechazo clasista. Y es que ser moreno, bajo y tener los ojos achinados no ayuda a recolectar dulces en Halloween en el barrio alto. Quizás el año que viene tendría que disfrazarse de Spiderman o de Power Ranger, algún vestido que tape la cara y a ser posible el acento. Porque la gente 'de bien' habla bonito. O por lo menos más bonito que la gente de población. Este año llevó su peor disfraz, un gorro chilote complementado con una basta cultura y una notable desnutrición.
Quería caramelos, muchos caramelos. Se imaginaba una mansión, por allá en San Damián, con montañas de caramelos, habitaciones de caramelos, frascos de boticario llenos de dulces y exquisitos caramelos. Se le hizo la boca agua. Quizás por eso la señora no quiso darle gomitas.
Mientras la señora retrocedía en su Honda sedán blanco, el pobre niño bajaba la calabaza de plástico, más ligera de lo que él hubiese querido. Cogió el asa con fuerza y corrió a otra casa, a tocar otro timbre que cumpliese sus expectativas.
Y lo tenía decidido. El año siguiente se disfrazaría de pituco.
1 comentario:
Lo dicho....escribes muy bien, Angie; látima que no te prodigues.
Un beso por el hermoso relato de algo que se ve mucho.
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