miércoles, 12 de agosto de 2009

Hace tiempo que no escribo. Todo me parece falso, forzado. Los adjetivos definitivamente matan las lecturas y dan vida sólo en tiempos de crisis. Pero es que ni ahora se asoman por la testera. Las musas de las palabras ya no cantan para mí. Las letras me esquivan con los vientos del norte. Ni siquiera la verborrea se digna a tocar mi puerta ... ¡y tan promiscua que la conocía! Qué mala reputación.
Razón de ser de mi escritura: me estás matando. No te encuentro en ninguna parte. No estás en mi ducha, menos en las canciones de la mañana. No te veo en mis oraciones, ni en mis reuniones, ni en las escapadas furtivas que hago a tu mundo cuando descanso de noche. Eres como el humo del cigarro que he dejado de fumar: lo veo en otros y apenas puedo sentirlo entre los dedos. No te escurras. Vas a acabar siendo como el aserrín en el cerebro, te me convertirás en polvo y me dejarás inútil. Y cuando me hayas enterrado el talento, seré escritor sin ton ni son: sin tontería que me alegre ni sonrisa que me embriague. Buscaré entonces la borrachera en copas de bares rojos, suburbanos: vacíos de alcohol y llenos de nada.
¡Aparécete! Te suplico ... no muerdo, ni hago daño. Prometo construir un escaño: Dios, tú y la misma que te está hablando. De ahí ... los que vengan: no hay engaño, prometo ser generosa en los frutos que paciente estoy guardando. Te he rezado, te he llorado, te he confundido con seres extraños, con ideas de tí. Pero no has sido tú el que se ha colado por mi ventana; ladrón de medianoche, ¡me estás impacientando!
¿A qué esperas para enamorarme? Yo ya tengo el corazón preparado ...